viernes, 1 de agosto de 2008


El odre de Pablo, un odre Davídico, un odre que da.


¿Puede ser tan grande la conversión de un hombre que lo lleve a entregar TODO por la causa de Cristo? La respuesta se inicia en Hechos Capítulo 9: “La conversión de Saulo”.

Desde este río que empieza a correr en el Nuevo testamento nos deslizamos por muchas torrentes de gloria, desde el temor de los discípulos al tener en sus filas a un delator, verdugo y ejecutor de sus hermanos y hermanas hasta el hombre que por horas y horas habla de Cristo a un grupo de hermanos que no se cansan de escucharles hasta que un adolescente (Eutico) cae, por el sueño, desde un tercer piso; lo levantan muerto, pero el poder del Señor que estaba en Pablo lo levanta y Eutico resucita. Pelear y derrotar a la misma muerte no es un usufructo que le corresponde a cualquiera. Cuando el Dios Omnipotente utiliza a su siervo Pablo, lo hace entendiendo que es un varón conforme a su corazón. No todos los apóstoles pudieron arrebatarle a la muerte las almas que ella tenía en sus manos, Pablo lo hizo.

Cuando el Espíritu de Jehová Dios viene sobre uno de sus hijos, lo que sucederá más tarde será extraordinario. La esencia de Pablo, su centro, su Odre se saturó con la Bendición del Santo Espíritu de Dios. En Hechos 9:17 dice: “Fue Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo.” Tal hecho profético ocurrió siglos antes con el Odre de David, Siervo del Altísimo. En 1° de Samuel 16:13 leemos: “Y Samuel tomó el cuerno de aceite, y lo ungió en medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová vino sobre David.”

David, el menor de sus hermanos, con ropaje pordiosero, sin cuidado real, lejos de la gente “linda”, poco instruido, con un trabajo no remunerado; en realidad no tenía nada para ser considerado el mejor hijo o el mejor chico de la villa, no tenía nada para ser llamado conforme al corazón de Dios. Pero Dios ve lo que tú ni yo vemos, el Corazón. Nadie sabía lo que David sabía, él miraba lo presente como lo pasajero, él miraba sus humildes ovejas como pueblo que debía guiar, por lo tanto se esmeraba para cumplir a cabalidad sus obligaciones, porque él sabía que Dios le había sacado de las entrañas de su madre (Salmo 71:6) (Sí, su madre sabía quien era David, ella seguro que sintió en su vientre aquel regalo que Dios le entregaba), David sabía que Dios tenía algo mejor para él. Algo digno de destacar es que este hombre de Dios no lo buscó, Dios lo buscó a él. Nuestro Señor conoce los tiempos y cuando él nos levanta nadie podrá bajarnos. David pudo estar con sus hermanos, inventar cualquier cosa para “bajar” a su casa desde el campo y meterse en grupo de los hermanos escogidos, pero aquello estaba lejos de una persona humilde que espera en el Señor.

Saulo, ¿Alguien podría esperar que este hombre llegase a ser un apóstol? Realmente, nadie. Letrado, estudioso, religioso, perseguidor, vengativo, etc. Cuando pienso en Saulo, no en Pablo, lo veo como aquéllos varones y mujeres soberbios/as, que buscan su beneplácito, su comodidad, hacer el bien para su grupo, para que reciba galardones y premios, los que dicen eso de ser Cristiano no es para mí, vanidosos, amadores de si mismo. Entonces Dios sigue mirando el corazón y este corazón de Pablo es humilde pero atrevido, osado, arriesgado, se la juega por el Señor. Al leer el maravilloso libro de los Hechos de los Apóstoles y de Pablo, nos regocijamos y empequeñecemos ante lo realizado por Pablo. Para tener un Odre como el de estos hombres debemos DAR, sí, DAR y DAR. Pablo al despedirse de sus hermanos antes de viajar a Jerusalén donde lo apresarían dice lo que debe caracterizarnos a todos los verdaderos Cristianos y son las mismas palabras de Jesús: MÁS BIENAVENTURADO ES DAR QUE RECIBIR”.

David en el Salmo 126 nos señala: “LOS QUE SEMBRARON CON LAGRIMAS, CON REGOCIJO SEGARÁN. IRA ANDANDO Y LLORANDO EL QUE LLEVA LA PRECIOSA SEMILLA; MAS VOLVERA A VENIR CON REGOCIJO, TRAYENDO SUS GAVILLAS”. El sabía que al seguir fielmente a Jehová lo llevaría a enfrentar sufrimientos, persecuciones, soledades y hasta su propio desierto.

Todo por la causa de Cristo, ¿podremos? El es quien nos sustenta, nos deleita con su presencia. Nos falta desición, atrevernos a confiar como lo hizo David y Pablo. Empecemos a hablarle por lo menos a una persona al día sobre Cristo. Moody, el gran evangelista americano que trajo a más de un millón de personas a la planta de Cristo lo hizo; no podía acostarse sin que le haya hablado al menos a una persona de la salvación. Hoy esto cobra mucho valor porque el enemigo nos tiene atados y enmudecidos y faltan obreros. Persistiremos, seguiremos anunciando lo que Dios ha hecho en nosotros ¿Te atreverás?

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